Viaje a Barcelona con casualidad cósmica incluida.
He pasado 3 días visitando la Ciudad Condal. He paseado por la Rambla y he visto a los trileros en directo con su viejo truco de la bolita, que sigue triunfando entre los guiris.
He recorrido el Paseo de Gracia y he admirado la Casa Batlló. Me he sentado en las fuentes de la Plaza de Catalunya a refrescarme del calor infernal; he tomado helados en la Plaza de Colón y mojitos en el Puerto Olímpico (me encantan las noches mediterráneas). Nos hemos perdido en el Paseo Marítimo a las 2 de la mañana pasando por los diferentes ambientes nocturnos (del house ibicenco al perroflautismo de los malabaristas en la playa, espantados por la policía); me he bañado en la Barceloneta; he entrado en el Estadio Olímpico (un poco decepcionante, por cierto); nos hemos tomado un granizado en el parque de Montjuic (con guitarrista incluido) y por supuesto, he visto Barcelona desde el parque Güell (del que he descubierto que fue un proyecto inmobiliario fracasado digno de El Pocero). A cambio nos ha quedado un espacio en lo alto de la ciudad con un legado artístico increíble y un sabor a lugar de descanso que nunca llegó a serlo del todo. Como contrapunto a tanta tranquilidad, el guitarrista al pie de las Tres Cruces cantando canciones de Pulp Fiction enfundado en un mono de leopardo. Antológico.
En definitiva, un gran viaje en muy buena compañía.
Me ha gustado BCN. Quiero continuar el periplo por el Mediterráneo.