Azuloscurocasinegro, de Daniel Sánchez Arévalo, me fascinó por esa mezcla entre amargura y belleza, por su inmensa capacidad para servir como retrato de una generación de veinteañeros condenados a peregrinar por el difícil camino del mundo laboral, las relaciones amorosas y la familia, aprendiendo de paso que la bondad no es muy útil en el mundo de hoy. Esa conciencia del dolor asociado al vivir también se encuentra en la esencia de Gordos, su última película ( a la sazón propuesta por la Academia de Cine como una de las posibles candidatas a representarnos en los próximos Óscar).
Gordos es la historia de un grupo de obesos que acuden a una terapia para conseguir librarse de esos kilos de más que la sociedad les impone perder. Sin embargo, mediante un terapeuta con sus propios fantasmas, descubren que más allá del problema superficial se esconden profundos sentimientos de insatisfacción vital: Gordas en forma de ejecutivas hastiadas de relaciones estables y que se lanzan a la búsqueda (un tanto vacía) de emociones diferentes, gordos ex-vendedores de productos para adelgazar, gordas atrapadas en relaciones asexuadas y enfermizas y gordos autocomplacientes, tan felices de su condición que se vuelven ciegos ante el sufrimiento de los demás.
Al final, el estado físico se vuelve una pura anécdota cuando lo que no funciona es el interior, la imagen que las personas construyen para ellas mismas y para los demás, la farsa con la que algunos pretenden engañarse a si mismos, autoconvenciéndose de lo felices que son y que ese leve cosquilleo que a veces acecha en la conciencia no es ningún signo de infelicidad, sino estupideces a las que es mejor no hacer caso y ahogar con comida ( o drogas, o sexo o...).
Por eso el mundo está lleno de gordos.
Nota: 8
No hay comentarios:
Publicar un comentario